Clemente y yo éramos amigos mucho antes de conocernos.
Nuestros abuelos paternos tuvieron prisa por dejarnos, pero ambos mantuvieron hasta el final una gran amistad que nosotros retomamos con el paso del tiempo.
Fue la herencia libre de impuestos que sin saberlo, nos regalaron.
Ninguno de los dos recuerda el dónde, el cómo o el porqué, así que todo indica que nos reencontramos en una de esas noches que terminan volviendo a casa con el sol pegándote de cara.
Dicho esto.
Clemente no vende a Dios porque no quiere.
Mira que hablo con gente todos los días.
Pues sigue siendo el tío con más carisma que conozco.
Y créeme cuando digo que no son pocos.
Ambos nos respetamos a la vez que nos envidiamos desde el cariño, dos ingredientes que hacen que nuestra amistad se mantenga igual de fuerte con el paso de los años.
A él le flipa cómo hablo y la confianza que trasmito cuando lo hago.
A mí me flipa cómo ha sabido buscarse la vida desde bien temprano.
En uno de sus primeros curros vendía café en una furgo.
Era un jodido espectáculo ver cómo se ganaba la confianza de cualquiera con quien hablaba.
Ya fuera el típico antro escondido en la N-630 con la cafetera de más solera a la redonda o el nuevo templo del café donde cobraban 1,50€ por taza.
Hablamos de hace 25 años, así que calcula cuánto sería la broma hoy en día.
El Starbucks de antaño, vamos.
A todos se los llevaba de calle sin apenas esforzarse.
Aunque fuese el más caro, llegase el último o incluso olvidándose del que le había llamado todo agobiado porque se había quedado sin café a primera hora de la mañana.
Todos esos detalles no tenían importancia.
Siempre compraban.
Era como un don.
La vida le ha llevado por otros caminos pero nunca pierdo la esperanza de volver a verle en su salsa.
Él no se da cuenta pero sigue vendiendo sin querer hacerlo.
Él no se da cuenta o eso quiere hacerme creer.
No lo sé.
Lo que intento explicarte es que si crees que eres lo puto mejor en lo tuyo, siempre habrá otro que ya lo esté haciendo más bonito y más sencillo.
Porque vender no es tener el mejor precio ni el mejor producto.
Vender es trasmitir autenticidad para crear un lazo afectivo.
Clemente trabajaba mejor que nadie este tipo de vínculos.
Ganbatte*
Así que si no mandas tu ego al cajón de mierda y empiezas a desarrollar nuevas estrategias en tu negocio, acabarás irremediablemente en la lista de sociedades inactivas, olvidadas, perdidas.
No falla.
«Fecha de caducidad» serán los apellidos que grabarán en tu lápida.
Clemente explotaba su enorme carisma siempre que podía pero aprendía de mi capacidad para dar con la tecla de forma instantánea con todo aquel que se me ponía a tiro.
Yo aprendía de su facilidad para llegar al punto G de cualquiera que se cruzara con él.
Aunque hablo en pasado, aún seguimos haciéndolo.
Obvio.
* Haz siempre lo máximo, lo mejor que puedas. Nunca debes dejar de buscar la excelencia en todo lo que hagas. La excelencia no es perfección: significa expresar continuamente y en todos los aspectos de la vida tu mayor compromiso hacia la calidad total de tus pensamientos, palabras y acciones.